miércoles, 1 de septiembre de 2010

Nostalgia

Me gusta que me invada la nostalgia.

Echarte de menos.

Pensar en ti todo el tiempo, a todas horas, hasta cuando estoy a tu lado.

Me encanta acostarme por la noche y saber que tu sonrisa alegre inundará mis sueños.

Levantarme, ahora es una bendición del día porque sé que mis sueños se harán realidad.

Me encanta acariciar cada centímetro de tu piel. Tus cosquillas, me tienen enamorado.

Nadie puede entender lo que siento cuando te veo reír, el mundo podría acabarse siempre que mi última visión fuera tú sonrisa.

Los semáforos en rojo vuelven a ser una excusa para besarte. Me encanta conducir cuando estoy a tu lado.

Escuchar el silencio contigo en el campo, sentir tus latidos del corazón mientras me acaricias el pelo, sin decirnos nada. En el amor sobran las palabras, lo verdadero se demuestra con hechos.

Y tú has hecho que me olvide de todo cuando estoy contigo.

martes, 31 de agosto de 2010

Tú..

Cerrar los ojos y verte a ti
Tú levantándote hacia el baño
Dos cepillos de dientes siempre quedan mejor que uno
Uno es lo que sumamos tú y yo
Me encanta prepararte el desayuno y llevártelo a la cama
No levantarnos hasta la hora de comer
Comerte entera mientras sonríes de esa manera
Sonreír es lo más fácil del mundo sí tú estás aquí
Aquí y ahora, no hay mejor momento
Momento en el que te hago cosquillas, el mejor del día
Levantarme en pleno día para desear que llegue la noche y soñar contigo.
El sueño de despertarme en la madrugada y poder verte dormir
Dormir a tu lado mientras el mundo da vueltas
Girar muy fuerte pero siempre cogidos
Coger una buena borrachera cuando estemos tristes
Triste estoy cuando veo que no llegas
Llegarme la inspiración siempre en forma de mujer
La mujer de mis sueños, de mi vida, mi placer
El placer de vivir mi sueño junto a ti y poder escribirlo
Y, entonces, escribirte y dejarme llevar cada vez que cierro los ojos…

jueves, 22 de julio de 2010

Siempre

Tu cuerpo muerto yace en aquella cama ciega, como tu estado. Ese tubo te separa de la muerte, de la degradación, del último adiós.

El día cae, estrellas y putas invaden las calles. En el hospital, médicos y enfermeros terminan su turno, otros se cruzan con ellos para entrar. Las luces de tu habitación se apagan, tus ojos sienten la misma oscuridad que a pleno día.

Pero no tu alma, quien conmigo, tu alma, siempre estará viva.

Mis caricias pasan por tus brazos hinchados totalmente desapercibidas. Mi voz es para ti una incógnita.

Barro recuerdos en mi memoria, las lágrimas hacen eco de su posición. Tarde o temprano, tu rostro se irá de este mundo.

Pero no tu alma, quien conmigo, tu alma, siempre estará viva.

Los días pasan uno a uno. La tristeza se apodera del ambiente. Recuerdos y algunas risas entre lágrimas. Miradas perdidas y buenos momentos del pasado.

Las visitas hacen lo suyo. Preguntan, se preocupan. Algunos de tus viejos amigos lloran tras saber la noticia. Muchos somos los que te echaremos de menos, pero siempre vivirás en nuestro recuerdo.

Conmigo, tu alma, siempre estará viva.

martes, 13 de julio de 2010

Ai Paixarell

Hoy este trocito de mí està dedicado a tí.

Hoy nadie dejará de hacer lo que esté haciendo, ni por tí ni por mí. Pero sé que, hoy, hace setenta y tres años el mundo cambió con tu llegada.

Hoy me da igual que España sea la campeona del mundo porque para mí, el verdadero vencedor soy yo por haberte tenido a tí como abuelo.

Hoy tu sitio allí arriba estará lleno de regalos, besos y abrazos de otros familiares que ya se fueron.

Hoy es un día especial para mí. Pero sobre todo,

hoy y siempre, éste será tu día.

Felicidades, estés dónde estés tu paixarell siempre te tiene presente.

miércoles, 2 de junio de 2010

Siempre te querré

Lo intentas, pero llega un momento que no puedes evitarlo. Lloras. Ves su cuerpo muerto, que esconde un alma que intenta vivir. Un tubo que atraviesa su boca separa la vida de la muerte, nunca antes la realidad de la tierra había estado tan ligada a ese mundo desconocido. Nunca el final había estado tan cerca del principio.
La visita es de dos en dos, la sala de espera se va aglomerando. Los familiares empiezan a llegar. Se forma un círculo de rostros serios, de miradas cómplices, pero sobre todo, de miradas perdidas. Todo el mundo se hunde en sus pensamientos pero todos piensan lo mismo. Sin embargo, la conversación es inevitable, los familiares hablan de cómo se han enterado, se explica qué ha pasado, las reacciones. Tú ya te sabes esa historia, la has escuchado mil veces y te quema, te duele, te quieres desprender de ella, quieres no saber nada, borrarlo. Pero es la realidad, y ésta duele. Empiezas a dar vueltas en pequeños círculos, pero las voces que intentas evitar suenan en tu cabeza, las mismas frases se repiten una y otra vez. “Estaba durmiendo cuando ocurrió”, “no podía respirar”, “le ha comido las neuronas”, “al menos no ha sufrido”, “no le ha dado tiempo ni a quejarse”. Una y otra vez, y tú no lo puedes evitar. No quieres, pero entras en la conversación, y una de esas frases que tanto odias y temes sale de tu boca.
Sigues dando vueltas, mamá está dentro y te toca entrar a ti. Al entrar a la sala, la indumentaria verde te espera. Equipado, observas todas las habitaciones, cada cual con su desgracia, cuántas lágrimas se habrán derramado entre estos cristales.
Ahí está. Quieto, enganchado a esos cables, a esa máquina. Su pierna izquierda hace un pequeño movimiento al son de la respiración, te sorprende, antes estaba paralizada. Al pasar cerca de sus pies, los acaricias y una voz en tu interior lo llama pero de tus labios sólo salen sollozos inentendibles. Mamá te observa y te deja avanzar. Una mano acaricia su brazo muerto, lo miras, observas la tecnología que lo mantiene todavía con vida. Miras el tubo, su boca, contemplas su respiración. Sigues acariciándolo intentando decirle algo. Que lo echas de menos, que no quieres que se vaya, que sea fuerte, que aquí están todos con él. No te sale nada pero sigues acariciándolo, él te tiene que sentir. Mamá le toca los pies y le riñe, mira que darnos estos sustos, cuando vuelvas a casa te vas a enterar –se frota los ojos –eh papá…Al acariciarle los pies, el abuelo los aparta, lo siente y tiene cosquillas. Quién no tiene cosquillas en la planta de los pies. Entonces mamá ríe entre lágrimas. Parece feliz, un hálito de esperanza llena sus ojos hinchados de llorar. Vuelve a reír, más bien sonríe. Mira, dice, si papá tiene cosquillas eh. Mira, repite, nos está sintiendo. Sabe que estamos aquí. Entonces intentas hablar con él, abuelo –llegas a decir –pero no puedes más. Le coges fuerte su mano, para que te sienta y ya no lo puedes evitar. Lloras. No sólo lloras, caes desecho encima de él, literalmente. Mamá te coge, sé fuerte. Ninguno quiere se vaya, pero lo hará, se irá. Tú lo sabes, todos lo saben.


Así es la muerte, incluso cuando todavía hay vida. Es una muerte lenta, de una vida triste. Como una vela, va consumiéndose poco a poco, hasta el momento que se apague del todo del mismo modo que entró en áquel hospital. Se trata de añorar lo que en su día fue y tenerlo que ver día tras día en cómo se convertirá cuando ya no lo podamos visitar, cuando esa caja lo acoja y la piedra de mármol lo separe para siempre del mundo.

viernes, 29 de enero de 2010

Di Hasta Luego

Lo malo del adiós son los después. El último adiós. El punto y final de una vida. Cuánto cuesta reconocerlo. Saber que un ser especial no va estar ahí y a pesar de ello.. querer que esté. Algunos, dicen, que la muerte es un fenómeno natural de la vida, el último, diría yo. Un fenómeno que hay que aceptar y sobrellevar pero nadie es capaz de aceptar la muerte un ser querido. Hay un peor momento todavía, si cabe, que morir en vida. Vivir una muerte. Ver como esa persona no reacciona ante las máquinas y esfuerzos de los médicos. Saber que su corazón va a apagarse en cualquier momento, sentir las lágrimas descender por la mejilla, a paso lento pero abundantes, entender que es el último instante en que vas a poder decirle adiós. Ver como unos ojos -húmedos y a la vez secos por tantas lágrimas derramadas, de alegría y de pena- cansados por haber visto tanto se van apagando al son de un corazón viejo y marchito pero lleno de esperanzas hacia la familia. No es un adiós, te intenta decir. Estaré bien allá donde voy, promete para tranquilizarte. Dejémoslo en hasta luego, sentencia. Y lo sabes. Sabes que acaba de morir, ni si quiera puede volver a abrir los ojos, ni si quiera puede desearlo. Porque ya no está, y tú lo sabes. Entonces lloras. Ya llorabas antes, pero esto es distinto. Ha llegado ese momento que tanto temías. Pierdes el control. Lloras, gritas, te arrodillas en el suelo, sollozas mientras te desvaneces. Se ha ido, para siempre.
La familia entera no sabe qué hacer. La gente se abraza, existe en el ambiente una complicidad. Todos han perdido algo de ellos. Tú no sabes cómo reaccionar, intentas consolarlos. Pero es imposible. Alguien ha perdido un padre, otros un tío, un primo, hermano, marido, abuelo...El niño pequeño no lo entiende, por qué lloran mamá y papá. Por qué llora todo el mundo, quiere jugar pero algo le dice que no es buen momento. Algún día mamá le contará por qué lo sacaron de la habitación en la que su abuelo descansaba.
Se veía venir, dice alguna voz triste en el entierro. Estaba ya viejo, no podía aguantar más, se escucha también. La muerte no se viene venir. La muerte llega. Llega y destruye. Da igual cuán enfermo estés, la muerte llega sin avisar, no te la esperas. No quieres esperarla. Por eso llega, sin más. La gente se compadece. Saluda de forma tierna y cómplice a los más cercanos de la víctima. Dan su pésame. Tristemente, una muerte ha unido a tantas personas.
Hoy habrá gente triste pero seguirán con su vida. Mañana una mujer habrá despertado de la cama sola por primera vez después de cincuenta años y su desayuno perderá toda dulzura que podría tener, tendrá el sabor de un recuerdo.
La vida es como un tren en el que en distintas paradas sube y baja gente que conocerás por primera vez, con la que te reencontrarás o que simplemente no volverás a ver en la vida. Es un tren que se detiene en distintas estaciones y en todas ellas hay, entre otras cosas, tragedias. El tren sigue tras cada parada y la tragedia queda atrás pero hay algunas que no se pueden olvidar. Las cargamos con nosotros mismos porque, de alguna manera, forman parte de nosotros. Y aunque sea una muerte el recuerdo, antes de ella ha existido una vida con la que nosotros hemos compartido momentos memorables. Por eso mismo sigue ese recuerdo en nosotros, porque en su día, esa vida formó parte de la nuestra.

Lo malo del adiós son los después, dijo aquel. Pues entonces, mantengamos vivos los momentos felices, hagamos el después más llevadero. Dejémoslo en un hasta luego.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Para Navidad vuelve.

He vuelto a aquella carretera donde te vi la última vez.A decir verdad, te veo cada día, cada momento en que cierro los ojos, aquí estás tú pero te vas, te vas cuando los vuelvo a abrir.
La calle estaba congelada a causa del frío, como las lágrimas que lloro por ti en cada recuerdo. No imaginas cómo duelen.
Todos estábamos esperándote. Tendrías que haber visto a la abuela, estaba emocionadísima. No paraba de preguntar cuándo ibas a llegar. El abuelo también aunque ponía la escusa de que tenía hambre, pero yo sé que para él eran las mejores navidades de todas. Por fin, ibámos a estar un año todos juntos.
Entonces nos llamaste. Todo el mundo se alegraba por poder escucharte decir que llegarías dentro de poco, que ibas tan rápido como podías. Nadie pensó que eso era demasiado rápido.
Aquel momento en que tu voz dejó de escucharse para dar paso a un sonoro choque fue el peor momento de mi vida. Mamá tenía el móvil en la mano y no paraba de gritar tu nombre, una y otra vez. Nada, no había respuesta. Papá, apoyado contra la pared, se llevó las manos a la cabeza y dejándose caer, empezó a llorar. El tío Ricardo, el que siempre contaba aquellos chistes tan malos en las cenas, nunca ha vuelto a ser el mismo. Intentaba tranquilizar a la abuela que se desacía en sollozos. Era imposible sujetarla. Rezaba, gritaba, maldecía. Toda su creencia en Dios se desvaneció en aquel mismo instante. Quién te crees tú para hacernos esto, qué te hemos hecho nosotros, gritaba una y otra vez. El abuelo seguía sentado en su sitio de siempre mirando a la nada, a ningún punto fijo. Si en aquel momento me hubiese fijado más, estoy seguro de que el abuelo estaba viéndote a ti, bajo la chatarra que quedaba del coche, pidiéndote disculpas y llorando, como lloraba aquella noche, diciéndote que siempre estuvo orgulloso de ti y que cada año, en noche buena, te guardaba a ti la silla más cercana a él, aunque nunca lo admitió.
Lágrimas. Lágrimas y llantos era lo único que inundó aquella habitación. Todo el mundo se intentaba consolar, había un estado de shock general en el que el tiempo se detuvo por unos minutos hasta que un policía llamó a casa para dar, con toda la delicadeza posible, la mala noticia que todos se esperaban pero nadie quería escuchar. Desde entonces han pasado diez lagos años. Cuando pasó todo aquello, yo tan sólo tenía seis y no entendía muy bien que estaba ocurriendo. Por qué todo el mundo lloraba después de hablar contigo. Por qué no contestabas a los gritos de mamá. Me enfadé mucho contigo, habías hecho llorar a la familia en las mejores navidades de todas. Me propuse, para cuando llegaras, no abrazarte como castigo. Pero en seguida me abrazó papá, llorando. Nunca había visto a papá tan triste, tu hermano no vendrá hoy a cenar hijo, me dijo. Por qué, qué ha hecho. Me miró y secándose las lágrimas intentó sonreír, qué mayor te has hecho, contestó. No entendí su reacción. Supongo que para tener que contarme lo sucedido primero debió de verme como un hombre, tal vez no quería hacerme daño, aquella noche yo estaba muy feliz y a lo mejor el pensó que por esa noche podría seguir siendo un niño y mañana sería otro día. Fuera por lo que fuera, siempre he pensado que tomó una gran decisión.
Pero todo cambió cuando te vi en el hospital, estabas callado y muy pálido, lleno de sangre y venas. Me acerqué corriendo hacia la camilla en la que descansaba tu cuerpo muerto y empecé a gritarte, pero tú no querías despertar. Estaba verdaderamente enfadado contigo, aún así, no comprendía por qué no me decías nada. Entonces papá, entre lágrimas, me cogió sobre los hombros y se agachó a mi altura. Mira a mamá, me ordenó. Estaba en el suelo llorando, como toda la familia, y gritando, no se le entendía nada. Ni el tío Ricardo podía sujetarla. Volví a mirar a papá, intentaba no llorar, ser fuerte. Pero no podía. Se quedó mirándome fíjamente durante unos segundos, callado, pero su mirada no paraba de hablarme. La desvió un momento hacia tu camilla y volvió a mirarme, apretó con fuerza sus manos sobre mis hombros, como si me la quisiera transmitir, y no pudo parar aquel mar de lágrimas mientras me balbuceó: hoy más que nunca tienes que demostrar que eres el hombre en que te estás convirtiéndo, hoy, mamá nos necesita más que nunca. Acto seguido, asentí intentando contener las lágrimas y me abrazó fuertemente. Ya no pude dejar de llorar. Entonces lo comprendí todo. Tu llamada, las mejores navidades, la distracción, el accidente, los gritos, los llantos, la abuela desvanecida, el hospital...y luego tú. Tu cuerpo tendido en aquella camilla ensangrentada.
Ya han pasado diez años de todo aquello. Y como cada nochebuena vengo a dejarte el mismo regalo que tenía preparado para aquel año donde tú dejaste la vida. Se trata de aquella foto que nos hicimos los dos juntos para el cumpleaños de mamá, todos los años le pongo un marco distinto pero llamativo. Cada año espero que alguien lo encuentre y se lo lleve. Detrás de la foto hay escrito lo que no me dio tiempo a decirte. Si no lo haces por ti, hazlo por quien te está esperando. Lo importante es llegar.