lunes, 25 de mayo de 2009

Nadie dijo que fuera fácil.

Laura ya ha vuelto a casa, aunque en la realidad que vive su nombre importa más bien poco. De edad joven, su rostro está envejecido. Duro es el trabajo del turno de noche. Abre la puerta, rendida por luchar a cada luna y seguir adelante. Observa, quieta, en el umbral de la puerta, el interior de su casa. Es pequeña y vive de alquiler. Sabe que no hay nada de valor, ni el más misero ladrón perdería el tiempo entrando en ese zulo, ¿quién coño va a robar en esta miseria?
Su pregunta es inevitable, qué me ha pasado, cómo he llegado hasta este extremo…Laura no puede dejar de lamentarse, retroceder en su vida, su adolescencia perdida.
En qué estaría pensando cuando era tan sólo una niña. Es evidente que papá no ayudaba y mamá estaba demasiado ocupada intentando salvar su vida. Pudo irse de casa si hubiera tenido más valor, “joder mamá, yo era sólo una cría, no podía decidir por las dos. Si hubiéramos huido. Si ese cabrón hubiera desaparecido…” Pero es el problema del tiempo, que siempre avanza. De nada sirve hablarle a una lápida.
Pero Laura creció y se las tuvo que apañar siempre ella sola.
Con 12 años su cuerpo empezaba a desarrollarse a gran velocidad hasta parecer el de una joven hermosa de 20. Los chicos se la rifaban y Laura nunca puso resistencia en ello. Era una forma de evadirse de su casa, de su entorno, de su vida. De su mundo. Además, no se podía quejar. Disfrutaba con el sexo. Lo que nunca pensó Laura es que los problemas no desaparecían, sino que se iban acumulando y volvían cuando regresaba al infierno que otra familia más normal llamaría hogar.
Pronto terminó esa vida o al menos en esa casa, porque la mala suerte del diablo le acompañaría el resto de su existencia y aquel día fue el primero de su destino. Papá, como de costumbre, volvió borracho a casa. Forzó a mamá, como tantas otras veces, a practicar el sexo pero mamá se defendió y le soltó un puñetazo. El cruel hombre quedó paralizado. Esto nunca le había pasado. Sin saber bien que hacer y lleno de cólera encerró a mamá en una habitación bajo llave, “te vas a enterar”, pensó. Así que fue decidido a lo único que amaba esa “zorra” en la vida: Laura.

Abatida, desconsolada. Muerta. En el incómodo sillón de la sala de estar-cocina han caído como si de plomo se tratara cincuenta quilos del pasado en forma de cuerpo de mujer. Laura no puede evitar recordar después de cada jornada nocturna aquel incidente que tuvo con su padre, quien más tarde con la sangre fría que atesora a un demente quitó lentamente la vida de mamá. Despacio, con todos los detalles, mientras ella agonizaba, contaba lo que le había hecho a su hija, segundo a segundo. Paso a paso.
Con los ojos hinchados, no de llorar sino de rabia, Laura se levanta de un brinco. Durmiendo está su pequeña hija Laura, que, como ella, ha heredado el único recuerdo agradable del pasado: el nombre de su madre. Una sonrisa sale de su rostro. Laurita es por lo único que vale la pena seguir y luchar contra tantas adversidades.

Ahora es de noche. Laura se ha puesto su falda negra y ceñida, pero sobre todo corta. Muy corta. Sin olvidar de su escote. “Una buena fachada”. Eso es lo que les gusta a los clientes. Mientras espera en la mediana, el infierno que prometió no deshacerse nunca de ella está regresando como cada noche.

Pronto, otro cliente le gritará lo que, muy a su pesar, Laura nunca ha podido olvidar de aquella noche. Su padre, lleno de ira, jadeando esas barbaridades a la oreja de su propia hija. Barbaridades que recuerda con cada cliente.
“Vamos zorra de mierda, chúpamela”. “Sé que ya lo has hecho otras veces, qué crees ¿qué no sé que te gusta?”


Ya empieza... Ahí llega un coche. “Vamos Laura, se fuerte. Piensa en Laurita, ella no eligió a su padre.”


martes, 19 de mayo de 2009

Sólo Tú

De repente..
la amé tanto como para olvidarme de mí mismo, de mis autocompasivas desesperaciones, y contetarme pensando en que iba a hacer algo que a ella le haría feliz.