martes, 6 de octubre de 2009

Siglo XXI

Fuera se escucha el cantar de los pájaros, debe de haber salido un día maravilloso. Hay familias que han decidido ir a pasar el día al campo con sus hijos. En casa, una niña pequeña de apenas seis años está llorando. Se protege dentro de sus sábanas, agarrada a sus rodillas. Con fuerza. En el piso de abajo alguien está gritando. Papá hoy no ha ido a trabajar y sus gritos no se le entienden bien. Lo mismo pasa con la voz de mamá, vacila demasiado al hablar. Parece asustada.
La pequeña hija no puede aguantar más ese alboroto así que se decide a bajar. Amarrada a su pequeño oso -un peluche que siempre recordará días mejores- se detiene a mitad escalera. Algo le impide seguir, no se atreve. Los gritos no han dejado de cesar, aunque ahora se escuchan más los de mamá. Entre lágrimas y sollozos pide compasión. Papá la insulta. De repente se escucha un cuerpo recibiendo un golpe. Mamá grita. No puede más. Está apoyada contra el mármol de la encimera, llorando, sangrando. Atónita, en la cara de la hija no paran de cesar lágrimas. Cada una por golpe que recibe mamá y no son pocas sus lágrimas.
Mamá ya no puede más. Ya no grita, sólo recibe y llora mientras pide clemencia. Arrodillada y con la cara llena de cardenales. Otro golpe más. Y otro. Y otro. Y…silencio.
Fuera, los pájaros siguen cantando. El sol está radiante, ninguna nube. Idílico día para pasarlo en el campo toda la familia. Unos están tumbados en el césped, otros jugando a la pelota con su padre. Algunos ríen, otros no. Pero todos son felices.
Dentro no se escucha ni un alma. Un silencio de un minuto. Larguísimo. La niña sigue posada a mitad escalera, aferrada a su oso. Protegiéndolo. En la cocina, un llanto rompe el silencio. Papá llora. Arrodillado frente al cadáver de su esposa. Nunca había visto tanta sangre. Sus puños están doloridos. Sus manos, ensangrentadas.
La pequeña ha llegado hasta la cocina, se preguntaba por qué lloraba papá. El peluche empieza a coger frío, el suelo de la cocina está demasiado helado y su protectora ha quedado paralizada en el umbral de la puerta. No tiene fuerzas para sostenerlo. Algo en su interior no lo entiende. Por qué está tumbada mamá en el suelo. Qué es eso que parece pintura. Papá no sabe qué contestarle. Nunca había visto en él esa expresión. Parece asustado, pero no es una expresión de miedo. No sabe qué hacer, entonces ve el teléfono y mira a su hija. Preciosa. Cada día se parece más a su madre.
Su abuela vive al final de la calle así que le ordena que se dirija hacia allí, que esté tranquila, que luego acudirá él.
Fuera ya no cantan los pájaros para la niña, parece que el sol también esté asustado y se avecine una tormenta. Los demás niños le son indiferentes, es como si se hubieran puesto todos tristes de repente.
Papá marca el número de la policía. No tardarán mucho, mira su reloj: el tren llegará a la estación dentro de 9 minutos. Si corre, llegará a tiempo. Vuelve a mirar a su esposa, la ha matado. Tres años maltratándola y nunca ha dicho nada a nadie. Siempre ha dado su vida por él y él se la ha arrebatado. Primero fue el alma aquella primera noche y hoy su cuerpo. Las lágrimas le queman la cara, lo siento cariño.
La puerta de casa se abre. Dentro ya no queda nada. Fuera, millones de vidas siguen haciendo lo mismo que llevaban haciendo veinte minutos antes. Menos una niña de apenas seis años que corre a casa de su abuela. Hoy ha perdido una madre.
Por la noche, la televisión muestra una anciana llorando sin ser capaz de pronunciar palabras. En sus brazos una pequeña niña agarrada fuertemente a un oso de peluche. A continuación, la noticia viene desde la estación de trenes: ésta queda temporalmente desconectada a causa de un suicidio.
Papá también se ha ido.

Sólo hay una cosa buena de inventarse y escribir este tipo de historias. Eso mismo, que son inventadas y sabemos que no ha pasado de verdad.
Desgraciadamente y en el siglo que vivimos, ésta podría haber sido real.