jueves, 24 de diciembre de 2009

Para Navidad vuelve.

He vuelto a aquella carretera donde te vi la última vez.A decir verdad, te veo cada día, cada momento en que cierro los ojos, aquí estás tú pero te vas, te vas cuando los vuelvo a abrir.
La calle estaba congelada a causa del frío, como las lágrimas que lloro por ti en cada recuerdo. No imaginas cómo duelen.
Todos estábamos esperándote. Tendrías que haber visto a la abuela, estaba emocionadísima. No paraba de preguntar cuándo ibas a llegar. El abuelo también aunque ponía la escusa de que tenía hambre, pero yo sé que para él eran las mejores navidades de todas. Por fin, ibámos a estar un año todos juntos.
Entonces nos llamaste. Todo el mundo se alegraba por poder escucharte decir que llegarías dentro de poco, que ibas tan rápido como podías. Nadie pensó que eso era demasiado rápido.
Aquel momento en que tu voz dejó de escucharse para dar paso a un sonoro choque fue el peor momento de mi vida. Mamá tenía el móvil en la mano y no paraba de gritar tu nombre, una y otra vez. Nada, no había respuesta. Papá, apoyado contra la pared, se llevó las manos a la cabeza y dejándose caer, empezó a llorar. El tío Ricardo, el que siempre contaba aquellos chistes tan malos en las cenas, nunca ha vuelto a ser el mismo. Intentaba tranquilizar a la abuela que se desacía en sollozos. Era imposible sujetarla. Rezaba, gritaba, maldecía. Toda su creencia en Dios se desvaneció en aquel mismo instante. Quién te crees tú para hacernos esto, qué te hemos hecho nosotros, gritaba una y otra vez. El abuelo seguía sentado en su sitio de siempre mirando a la nada, a ningún punto fijo. Si en aquel momento me hubiese fijado más, estoy seguro de que el abuelo estaba viéndote a ti, bajo la chatarra que quedaba del coche, pidiéndote disculpas y llorando, como lloraba aquella noche, diciéndote que siempre estuvo orgulloso de ti y que cada año, en noche buena, te guardaba a ti la silla más cercana a él, aunque nunca lo admitió.
Lágrimas. Lágrimas y llantos era lo único que inundó aquella habitación. Todo el mundo se intentaba consolar, había un estado de shock general en el que el tiempo se detuvo por unos minutos hasta que un policía llamó a casa para dar, con toda la delicadeza posible, la mala noticia que todos se esperaban pero nadie quería escuchar. Desde entonces han pasado diez lagos años. Cuando pasó todo aquello, yo tan sólo tenía seis y no entendía muy bien que estaba ocurriendo. Por qué todo el mundo lloraba después de hablar contigo. Por qué no contestabas a los gritos de mamá. Me enfadé mucho contigo, habías hecho llorar a la familia en las mejores navidades de todas. Me propuse, para cuando llegaras, no abrazarte como castigo. Pero en seguida me abrazó papá, llorando. Nunca había visto a papá tan triste, tu hermano no vendrá hoy a cenar hijo, me dijo. Por qué, qué ha hecho. Me miró y secándose las lágrimas intentó sonreír, qué mayor te has hecho, contestó. No entendí su reacción. Supongo que para tener que contarme lo sucedido primero debió de verme como un hombre, tal vez no quería hacerme daño, aquella noche yo estaba muy feliz y a lo mejor el pensó que por esa noche podría seguir siendo un niño y mañana sería otro día. Fuera por lo que fuera, siempre he pensado que tomó una gran decisión.
Pero todo cambió cuando te vi en el hospital, estabas callado y muy pálido, lleno de sangre y venas. Me acerqué corriendo hacia la camilla en la que descansaba tu cuerpo muerto y empecé a gritarte, pero tú no querías despertar. Estaba verdaderamente enfadado contigo, aún así, no comprendía por qué no me decías nada. Entonces papá, entre lágrimas, me cogió sobre los hombros y se agachó a mi altura. Mira a mamá, me ordenó. Estaba en el suelo llorando, como toda la familia, y gritando, no se le entendía nada. Ni el tío Ricardo podía sujetarla. Volví a mirar a papá, intentaba no llorar, ser fuerte. Pero no podía. Se quedó mirándome fíjamente durante unos segundos, callado, pero su mirada no paraba de hablarme. La desvió un momento hacia tu camilla y volvió a mirarme, apretó con fuerza sus manos sobre mis hombros, como si me la quisiera transmitir, y no pudo parar aquel mar de lágrimas mientras me balbuceó: hoy más que nunca tienes que demostrar que eres el hombre en que te estás convirtiéndo, hoy, mamá nos necesita más que nunca. Acto seguido, asentí intentando contener las lágrimas y me abrazó fuertemente. Ya no pude dejar de llorar. Entonces lo comprendí todo. Tu llamada, las mejores navidades, la distracción, el accidente, los gritos, los llantos, la abuela desvanecida, el hospital...y luego tú. Tu cuerpo tendido en aquella camilla ensangrentada.
Ya han pasado diez años de todo aquello. Y como cada nochebuena vengo a dejarte el mismo regalo que tenía preparado para aquel año donde tú dejaste la vida. Se trata de aquella foto que nos hicimos los dos juntos para el cumpleaños de mamá, todos los años le pongo un marco distinto pero llamativo. Cada año espero que alguien lo encuentre y se lo lleve. Detrás de la foto hay escrito lo que no me dio tiempo a decirte. Si no lo haces por ti, hazlo por quien te está esperando. Lo importante es llegar.