viernes, 29 de enero de 2010

Di Hasta Luego

Lo malo del adiós son los después. El último adiós. El punto y final de una vida. Cuánto cuesta reconocerlo. Saber que un ser especial no va estar ahí y a pesar de ello.. querer que esté. Algunos, dicen, que la muerte es un fenómeno natural de la vida, el último, diría yo. Un fenómeno que hay que aceptar y sobrellevar pero nadie es capaz de aceptar la muerte un ser querido. Hay un peor momento todavía, si cabe, que morir en vida. Vivir una muerte. Ver como esa persona no reacciona ante las máquinas y esfuerzos de los médicos. Saber que su corazón va a apagarse en cualquier momento, sentir las lágrimas descender por la mejilla, a paso lento pero abundantes, entender que es el último instante en que vas a poder decirle adiós. Ver como unos ojos -húmedos y a la vez secos por tantas lágrimas derramadas, de alegría y de pena- cansados por haber visto tanto se van apagando al son de un corazón viejo y marchito pero lleno de esperanzas hacia la familia. No es un adiós, te intenta decir. Estaré bien allá donde voy, promete para tranquilizarte. Dejémoslo en hasta luego, sentencia. Y lo sabes. Sabes que acaba de morir, ni si quiera puede volver a abrir los ojos, ni si quiera puede desearlo. Porque ya no está, y tú lo sabes. Entonces lloras. Ya llorabas antes, pero esto es distinto. Ha llegado ese momento que tanto temías. Pierdes el control. Lloras, gritas, te arrodillas en el suelo, sollozas mientras te desvaneces. Se ha ido, para siempre.
La familia entera no sabe qué hacer. La gente se abraza, existe en el ambiente una complicidad. Todos han perdido algo de ellos. Tú no sabes cómo reaccionar, intentas consolarlos. Pero es imposible. Alguien ha perdido un padre, otros un tío, un primo, hermano, marido, abuelo...El niño pequeño no lo entiende, por qué lloran mamá y papá. Por qué llora todo el mundo, quiere jugar pero algo le dice que no es buen momento. Algún día mamá le contará por qué lo sacaron de la habitación en la que su abuelo descansaba.
Se veía venir, dice alguna voz triste en el entierro. Estaba ya viejo, no podía aguantar más, se escucha también. La muerte no se viene venir. La muerte llega. Llega y destruye. Da igual cuán enfermo estés, la muerte llega sin avisar, no te la esperas. No quieres esperarla. Por eso llega, sin más. La gente se compadece. Saluda de forma tierna y cómplice a los más cercanos de la víctima. Dan su pésame. Tristemente, una muerte ha unido a tantas personas.
Hoy habrá gente triste pero seguirán con su vida. Mañana una mujer habrá despertado de la cama sola por primera vez después de cincuenta años y su desayuno perderá toda dulzura que podría tener, tendrá el sabor de un recuerdo.
La vida es como un tren en el que en distintas paradas sube y baja gente que conocerás por primera vez, con la que te reencontrarás o que simplemente no volverás a ver en la vida. Es un tren que se detiene en distintas estaciones y en todas ellas hay, entre otras cosas, tragedias. El tren sigue tras cada parada y la tragedia queda atrás pero hay algunas que no se pueden olvidar. Las cargamos con nosotros mismos porque, de alguna manera, forman parte de nosotros. Y aunque sea una muerte el recuerdo, antes de ella ha existido una vida con la que nosotros hemos compartido momentos memorables. Por eso mismo sigue ese recuerdo en nosotros, porque en su día, esa vida formó parte de la nuestra.

Lo malo del adiós son los después, dijo aquel. Pues entonces, mantengamos vivos los momentos felices, hagamos el después más llevadero. Dejémoslo en un hasta luego.