martes, 22 de septiembre de 2009

Fuego y cenizas.

Aún recuerdo la textura de su mano rozando la mía.
Cuando paseábamos por aquellas calles que parecían haberse hecho para nosotros dos. Para dos enamorados.
El sol brillaba con más fuerza cuando ella sonreía.
Sé que si las plantas pudieran elegir, se quedarían con sus grandes ojos llenos de bondad para alimentase.
Que la otra cara de la luna se moría de envidia de su otra cara porque, de las dos, era la única que la podía ver pasear por la noche.
Que incluso cuando ella gritaba, la mejor melodía parecía ruido.
Cómo olvidarla.
Cómo olvidar un paraíso. Quién puede olvidar un paraíso. Nadie puede.
Pues cómo olvidar un paraíso terrenal.
Si un beso suyo me llevaba a lo más hondo de la locura…
imagínense lo otro.
Cómo olvidar las noches de lujuria, sus piernas, sus manos.
Su arte para hacerme temblar,
y que me guste.
Sus caprichosos labios. Su figura en la ventana a la luz de la luna.
No me piden que la olvide.
Su copa de vino manchada de carmín.
Porque no podría olvidarla.
Aquellas botellas de vino vacías en el suelo, aquellos juegos en la alfombra.
Aquel descifrar cada centímetro de su cuerpo bronceado. Y el no tan bronceado.
Aquel encontrar nuevos puntos de excitación.
Como aquel abrazo eterno tras conocer el séptimo cielo.
Cómo olvidarla.
No me pueden pedir que la olvide. Por mucho que me duela recordarla,
sé que olvidarla me dolería más.
Sin ella, el día no tenía sentido.
Cómo una cama vacía, como un Dios sin religión, como un desierto sin arena, como una playa sin sirena.
Mi sirena.
A su lado, la noche era mágica.
Ni su reflejo en las estrellas era tan bello como su sonrisa.
Cómo olvidarla.
Cómo no amarla.
Si cuando ella hablaba, los filósofos callaban y toda teoría quedaba reducida al silencio de nuestros besos.
A la locura del deseo.
Al encender de cada chimenea.
A las brasas, que volvieron a prende aquel fuego intenso. Como nuestro amor, que, igual que el fuego, ella sola lo apagó.
Cómo olvidarla.
Si de donde fuego hubo, cenizas quedan.

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