lunes, 23 de noviembre de 2009

Cuerpo y Alma

Muerte. Trágico es el final que nos depara el destino. Pero no sólo en cuerpo, sino en alma. A lo largo de la historia, diferentes religiones, culturas y filosofías han atribuido- no en todos los casos pero si en la mayoría- al alma el poder de la inmortalidad. El alma como aquello eterno. Lo que perdura tras la muerte, todo lo inmaterial de nuestro ser. Todo lo que no llegamos a entender, lo más puro del ser, todos nuestros sentimientos. La subjetividad de nuestro yo permanecerá junto al alma tras la muerte, pues será quien nos la arrebate. Pues será la encargada de la perpetuidad de nuestra esencia, de nuestros recuerdos. De nuestro dolor.

Dicen que la cara es el espejo del alma, pero ¿de qué es espejo el alma? ¿De nuestro cuerpo? El cuerpo es la herramienta que utiliza nuestra alma para comunicarse. Nuestros pensamientos salen del alma mediante códigos que el cuerpo utiliza. Pero si el alma representa la pureza de nuestro ser, el cuerpo representa lo deshonesto, lo vulgar, lo mezquino. Luego, el cuerpo es quien miente, quien tiene la última voluntad de expresarse de una forma u otra. Los prejuicios forman parte del cuerpo. El orgullo, el mirar por encima del hombro a otros seres distintos a nosotros, pues todos somos diferentes. Todo eso lo decide el cuerpo.

Nos creemos mejores que otras personas sólo porque actúan de una forma distinta a nosotros. Creemos ser los más listos, los más rápidos, los más bondadosos. El cuerpo hace que creamos que nadie es mejor que nosotros, que todos son inferiores, cuando, lo cierto, es que todos somos la misma materia orgánica en descomposición que tarde o temprano abandonará este estúpido mundo que nosotros mismos hemos creado de esa forma. Nos gusta comportarnos así porque el cuerpo nos engaña y evita que, por un instante, reflexionemos sobre nosotros mismos y contemplemos el propio fallo de nuestra mierda danzante. El cuerpo nos impide ver lo egoístas que somos. Nos engaña. Nos hace ver lo deprimentes que son ellos y lo espectaculares que somos nosotros. Damos pena.

Pero el alma no. Nuestro cuerpo es nada en comparación con la eternidad de nuestra alma. El alma es limpia. El alma es pura, no nos miente. Cuando morimos, nuestro egoísmo desaparece. Permanecen todos los buenos recuerdos, también muchos recuerdos dolorosos, pues éstos llegan de recuerdos bonitos. Amar es el empiece de la palabra amargura, decía aquella canción. Pues sí, lo es. Y por eso mismo muchos de nuestros malos recuerdos llegan de, incluso, los mejores momentos de nuestra vida.

Nuestra alma se encarga de mantener vivos tras nuestra muerte esos momentos en la mente y corazones de nuestros seres queridos. Tras la muerte, el cuerpo se pudre poco a poco con todo lo deshonesto que lo formaba mientras que lo mejor de nosotros queda dentro de nuestros familiares y amigos. A su vez, el alma vuela libremente con toda la pureza que queda guardada para la eternidad. Será por eso que dicen que cuando morimos pasamos a un mundo mejor. Es una lástima que tengamos que morir para descubrir ese mundo. Si todos fuéramos un poco, tan sólo un poco, más humildes con nosotros mismos y con el prójimo no necesitaríamos el cielo, ya viviríamos en él.

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