jueves, 18 de junio de 2009

Luna llena

Oscura y brillante. Hacía una noche espléndida, radiante, sensual. Infinidades de estrellas, cada cual más brillante, flotaban cerca de esa poderosa luna llena que invitaba a los amantes a desaparecer en la oscuridad de la noche, a llamar a su pareja, a mentirle.
O tal vez no. Tal vez el cielo incitaba a que iba a llover y las nubes tapaban la hermosura conexión entre estrellas y amantes. Lo cierto es que no necesité mirar al cielo. Mientras ella acercaba sus carnosos labios a los míos yo intentaba, de una forma un tanto patosa, dejar la copa sobre el muro de mi terraza. Sin apenas tiempo para dejar la bebida, mis manos agarraban fuerte, con pasión, el pelo de ella mientras las suyas apretaban mi espalda contra su cuerpo. La fina seda blanca de su blusa, medio desabrochada, apenas era muro para sentir sus senos sobre mi torso desnudo. Pronto, mis labios, dominados por la lujuria, descendieron sobre su cuello, alargado como quien quiera mirar el techo y no logra alcanzarlo. Sus suaves, pero constantes, jadeos impulsaban mis manos para deshacerse de aquella blusa lo más rápido posible. Mientras sentía el volumen de sus pechos en mi lengua, poco a poco, nuestros cuerpos iban familiarizándose con el suelo de aquella terraza ante la mirada de mi copa de vino, todavía llena.
Ella no podía aguantar más y no esperaba a que lo hiciera yo. Una vez desabrochados sus ceñidos vaqueros, mi cabeza, en plena conexión con mi pelvis descendía por su plano vientre al cual le entraban pequeños escalofríos de excitación. Su fina ropa interior en frente de mis ojos me llevaba a jugar un poco con ella. Una vez quitados sus pantalones, sus piernas eran mías. Los dulces paseos de mis labios sobre su piel no pasaban desapercibidos en el cuerpo y excitación de ella. Sus ganas de sentir mi lengua en contacto con su bajo vientre se hacían notar cuando esas pequeñas manos se entrelazaban en mi cabello incitándome a subir unos centímetros. Sus leves gemidos pasaban a un pequeño grito mientras su cadera, con vida propia, iba y venía al son de mi lengua. Sin dar tiempo a terminar, sus manos subían rápidamente mi cabeza hasta llegar a sus senos donde era apretada con fuerza. Mis manos ayudaban a mis labios los cuales lamían y lamían cada centímetro de su piel. Mis cinco sentidos estaban expuestos a sus dominios. A la misma vez, y todavía con los pantalones puestos, mi sexo se frotaba con su sexo desnudo.
Pronto dejó de ser un problema y ella, dominada por el calor de aquel ambiente, llevaba su mano izquierda a mi pelvis la cual al sentir el contacto de carne distinta disfrutaba de una placentera sensación. Sin ver su cara, tapada por el pelo, sentía sus cabellos bajar por mi abdomen hasta notar que mi sexo empezaba a humedecerse. Ella empezaba su agradecimiento. Yo miraba hacia arriba pero no encontraba estrellas. Estaba sobre tres metros de ellas.

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