sábado, 29 de agosto de 2009

Ya lo Dijo el Poeta

El frío de esta mañana era distinto de las otras al despertarme. Aunque hacía el mismo de siempre yo me encontraba raro. No había cambiado nada respecto a la mañana anterior, es más, parecía que empezaba el buen tiempo. Pero el frío era distinto. Más penetrante. Congelante. Como si todo ahí fuera estuviera bien y en mi interior algún remordimiento quisiera volverme loco. No me lo pude explicar pero empecé a llorar.
Primero poco a poco, vagos recuerdos recorrían mi mente. Una leve sonrisa se dibujó en mis labios que sabían a lágrimas. Pero a los pocos minutos nada podía parar esa lluvia de recuerdos. En el baño, me quedé frente al espejo. Ese era yo, era mi reflejo. No hay duda. Pero no era el mismo que todas las mañanas. Algo en mí había cambiado. No podría decir el qué, no sabría, pero algo había en mí. Rocé mi mano con la del reflejo, hasta tocarla. Me asusté hasta retroceder unos pasos.
Sin control sobre mis pensamientos fui a buscar viejos álbumes de fotos. Los ojeé todos, foto a foto. Buscaba algo pero no sabía el qué. Sólo buscaba. Hasta llegar a aquella foto. Qué guapa era mamá de joven. Otra sonrisa nostálgica: ver fotos de papá cuando aún tenía pelo siempre me ha alegrado. Ahí estoy yo. Cuatro años. A los hombros de mi padre intentando esquivar mis tirones de pelo. Mamá ríe como nunca lo ha hecho. Es verdaderamente feliz. Una extraña melancolía se apoderó de mi ser, parecía que empezara a flotar.
Nunca había mirado esa foto de la misma manera que esta mañana. Es preciosa. Sólo hay que ver lo felices que éramos en ese momento. Seguro que ninguno de ellos dos lo hubiera cambiado por nada. Éramos. Ya lo dijo el poeta, cualquier tiempo pasado fue mejor.
Vuelven las lágrimas. Desconozco el tiempo que lleva esa foto en casa y me doy cuenta ahora. Han pasado más de veinte años desde aquella instantánea. Más de veinte años. Lo qué daría por revivir esos momentos. Pero ahora. Justo ahora me doy cuenta.

La calle es la misma de siempre pero hoy parece distinta. Hasta mis andares los encuentro extraños. Algo me guía, no los domino.
Estoy en frente de la nueva casa de papá y mamá. Yo vivo en la que fue suya desde que se fueron. Hacía muchos años que no los visitaba. Tenía muchas cosas que hacer, la mudanza, el trabajo. Es mentira y lo sé. Todo eran excusas. Supongo que tenía miedo de que estuvieran enfadados. Supongo que nadie quiere ver como sus padres no le contestan. Imagino que no debe ser nada fácil presentarse delante de alguien a quien no ves en muchos años y hacer como si nada. Iba pasando el tiempo y no me atrevía a disculparme.
Las lágrimas recubren prácticamente toda mi cara. Me es extremadamente difícil pronunciar palabras. Sólo balbuceos.
Sin darme cuenta me he plantado delante de ellos. Intento hablarles pero no encuentro ninguna respuesta, ni tan siquiera un “no te he entendido”. No puedo parar de repetirlo: lo siento.
Pero es imposible. No me escuchan. Una enorme piedra de mármol nos separa. En medio están sus dos fotografías. Murieron juntos en aquel atraco. Tres disparos a cada uno. A bocajarro. Eran tremendamente jóvenes. No puedo evitarlo. De rodillas rompo a llorar. Mis manos se apoyan en las fotos de papá y mamá. Las yemas de mis sendas manos acarician sus rostros. Los siento como los acariciaba cuando tenía cuatro años. Entonces nada de lo que estoy viviendo en este justo momento importaba. Todo era perfecto y al pasar el tiempo no me daba cuenta de todo lo que podía perder. Y ahora qué. Tantas cosas que decirles. Tanto tiempo que recuperar. Ahora. Os hecho de menos. Nunca os lo he dicho y siempre me arrepentiré. Os tenía cerca y no me preocupaba. Dejaba pasar el tiempo pero ahora… Ahora ya no hay nada.

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